José creció siendo, claramente, el hijo favorito de su padre Jacob. Él era el primogénito de Raquel, la esposa favorita de Jacob, que había fallecido dando a luz a su segundo hijo, Benjamín. En una extravagante demostración de amor por José, Jacob le dio una túnica especial de muchos colores. Los diez hermanastros de José odiaban que fuera el predilecto. La mayoría eran hijos de Lea cuyo padre, Labán, había engañado a Jacob para que se casara con ella. Lamentablemente, Jacob no amaba a Lea tanto como a su hermana, Raquel.
Pero lo que frustraba aún más a los hermanos de José eran sus sueños de grandeza. Una vez el soñó que once manojos de trigo, cada uno representando a uno de sus hermanos, se inclinaban ante su manojo. En otro sueño, que José les relató con todo detalle, el sol (que representa a su padre), la luna (su madre) y once estrellas (no es necesario adivinar quiénes), todos se inclinaban ante él.
Con su hermosa túnica, su trato preferencial y sus sueños de grandeza, José era el blanco constante de sus hermanos.
Un día, Jacob envió a José a llevar suministros a sus hermanos que estaban lejos pastoreando ovejas. Cuando los encontró, en un lugar llamado Dotán, la mayoría de sus envidiosos hermanos querían matarlo y arrojar su cuerpo a una cisterna vacía.
Uno de los hermanos, Rubén, los instó a la moderación y sugirió que simplemente arrojaran a José vivo a la cisterna. Rubén planeaba regresar más tarde en secreto para rescatar a su hermano el soñador, y traerlo de regreso a su padre.
Los hermanos estuvieron de acuerdo y arrojaron a José a la cisterna, pero, antes de que Rubén pudiera rescatar al muchacho, lo vendieron como esclavo a algunos mercaderes que pasaban de camino a Egipto. Los hermanos decidieron teñir la túnica de José con la sangre de una cabra, para "explicarle" a su padre, Jacob, la razón de la desaparición de su hermano. Cuando Jacob vio la túnica, quedó totalmente devastado y se convenció de que su hijo favorito había muerto.
Mientras tanto, José había pasado de ser un hijo mimado y privilegiado, a ser un esclavo desvalido dirigiéndose a un país extranjero.
Al llegar a Egipto, los mercaderes vendieron a José como esclavo a Potifar, el capitán de la guardia del Faraón. José se esmeró mucho trabajando para Potifar y pronto fue ascendido a mayordomo de toda la casa. José fue puesto a cargo de todo lo que Potifar poseía. Las cosas estaban mejorando en la vida de José, pero un cierto miembro de la familia de Potifar estaba a punto de deshacer todo su esfuerzo.
José era un hombre guapo y la esposa de su amo le había echado el ojo. De hecho, estaba tan enamorada de él que intentó varias veces convencerlo de que se acostara con ella.
José se negó, diciendo que su amo le había confiado todo excepto a su esposa, y que acostarse con ella sería pecar contra Dios.
Sin embargo, esta mujer seductora no se dio por vencida. Ella lo arrinconó un día y tomó su manto cuando el intentaba huir. Con el manto en la mano, la esposa de Potifar le dijo a los hombres de la casa que José había intentado violarla.
Ante las afirmaciones descabelladas de su esposa, Potifar no tuvo más remedio que echar a José en la cárcel. José era inocente de todo crimen y se comportó a la altura de las circunstancias. Impresionó tanto al guardián de la prisión, que este puso a José a cargo de los otros prisioneros.
Mientras estaba en prisión, José interpretó los sueños de otros dos presos: el copero del Faraón y su panadero principal. El sueño que el copero tuvo, en el que servia al Faraón jugo de uva recién exprimido, era una señal de que él sería restaurado a su puesto. José le dijo al panadero que su sueño, en el que las aves se comían el pan de cestas destinadas al Faraón, lamentablemente señalaba su inminente ejecución.
Ambas predicciones se cumplieron. El panadero fue ejecutado y los pájaros se alimentaron de su cadáver, mientras que el copero fue restaurado a su puesto. Rápidamente, él se olvidó acerca de José, lo cual era bastante ingrato considerando que José le había pedido especialmente que solicitara al Faraón su liberación.
No fue sino hasta que el propio Faraón tuvo una pesadilla, dos años después, que el olvidadizo copero se acordó de mencionar a José. Faraón soñó con siete vacas flacas que se comían a siete gordas, y siete espigas marchitas que se comían a siete espigas gordas. Cuando los sabios no pudieron interpretar el sueño de Faraón, el copero se acordó de José y sugirió que lo consultaran.
José reveló al Faraón que su sueño anunciaba siete años de abundancia, justo antes de una hambruna que también duraría siete años. El le sugirió al Faraón que considerara el futuro, y que almacenara grano en preparación para la hambruna prevista siete años después.
La interpretación del sueño, combinada con el sabio consejo que recibió, causó una gran impresión en el Faraón, quien decidió poner a José como segundo al mando en Egipto. José supervisaría el almacenamiento de granos, en preparación para la gran hambruna que se avecinaba. A sus treinta años de edad, José había ascendido a la segunda posición más poderosa en la tierra.
Tal como José había predicho, hubieron siete años de abundancia y él supervisó la recolección y el almacenamiento de los granos. Tan vasta fue la cantidad de grano almacenado que les fue imposible mantener un registro preciso.
Pero los felices siete años de abundancia se acabaron cuando, de acuerdo con lo predicho, la hambruna llegó a la tierra con una fuerza implacable. No solo hubo una hambruna en Egipto, sino también en todos sus alrededores.
El Faraón ordenó a los egipcios a presentarse ante José para comprar grano de los almacenes. Se corrió la voz de que había grano en Egipto y con el correr del tiempo un hombre anciano, Jacob, envió a sus hijos a comprar grano.
Y así fue como muchos años después, José, ahora el gobernador de Egipto, se encontró cara a cara con sus hermanos traicioneros. No lo reconocieron, pero se inclinaron ante él. José fingió no reconocerlos.
El gobernador de Egipto decidió probar a sus hermanos. Les habló con dureza, exigiendo saber de dónde habían venido y los acusó de ser espías. Aterrorizados, ellos insistieron que eran hermanos, que su hermano menor estaba en casa y que un hermano "ya no estaba con ellos." José les preguntó si su padre todavía vivía.
José hizo que sus hermanos fueran encarcelados durante tres días. Luego ordenó que un hermano se quedara como rehén en prisión, hasta que los hermanos restantes regresaran con su hermano menor.
Fue en este momento que los hermanos creyeron que estaban siendo castigados por la manera desalmada en la que habían tratado a José tantos años antes. Simeón fue atado a la vista de los demás hermanos, y luego fueron enviados a su casa con los sacos de grano. Aunque no lo sabían, la plata con la que habían comprado el grano fue escondida en sus costales.
Lleno de dolor, Jacob se dio cuenta de que debía permitir que Benjamín regresara a Egipto con sus hermanos.
Cuando los hermanos regresaron a Egipto con Benjamín, José se sintió abrumado por la emoción. Pero ocultó sus sentimientos e invitó a sus hermanos, incluido Simeón que había sido liberado, a un banquete con él.
Esa noche, José ordenó que los burros de sus hermanos fueran cargados con todo el grano que necesitaban, junto con la plata que habían traído con ellos (que era el doble de la cantidad necesaria, para compensar por el último viaje). José también ordenó que su copa de plata fuera escondida en el costal de Benjamín.
Tan pronto como los hermanos partieron de regreso a su casa, el mayordomo de José salió tras de ellos, buscando la copa de plata. Cuando se descubrió que la copa estaba en el costal de Benjamín, se le ordenó que permaneciera en Egipto como esclavo de José. Judá le rogó a José que le permitiera ser su esclavo en lugar de Benjamín.
A esta altura, José ya no podía contener la emoción, entonces comenzó a llorar, diciéndoles a sus hermanos quién era él en realidad. Él le aseguró a sus aterrorizados hermanos que no les haría daño y, en su lugar, les dijo que trajeran a su padre a Egipto.
Antes de morir, Jacob pudo volver a ver al hijo que había perdido. José, un verdadero héroe bíblico, salvó a su familia y reveló el inmenso poder del perdón.
Dios ayudó a José a ganarse el respeto del faraón mientras obraba bajo enorme presión, al igual que ayudó a Daniel a actuar valientemente en la corte de Nabucodonosor.
Cuando José y Moisés eran jóvenes, ambos perdieron su estilo de vida privilegiado. Pero Dios tenía mejores planes para ellos. Pero Dios tenía mejores planes para ellos.
José y Noé estuvieron dispuestos a seguir a Dios, aun cuando los demás no los entendieran. Les hizo falta coraje, pero Dios estuvo con ellos a cada paso del camino.
Quiz de trivia bíblica de Héroes: 12 preguntas sobre José, el soñador
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