Moisés nació durante una etapa terrible para su pueblo, Israel. Habían vivido en Egipto durante cientos de años, se habían establecido allí cuando su antepasado, José, era el gobernador de Egipto bajo el mando de otro faraón.
En marcado contraste con el estilo de vida privilegiado que habían disfrutado durante la época de José, los israelitas ahora eran esclavos y sufrían bajo sus amos egipcios. Todavía peor, el faraón había ordenado la matanza de todos los niños israelitas, porque estaba preocupado por el rápido crecimiento de la población hebrea.
La familia de Moisés estaba decidida a salvarlo de la muerte. Durante un tiempo, simplemente lo escondieron, pero pronto quedó claro que necesitaban una solución deferente.
Jocabed, la madre de Moisés, tramó un plan audaz para salvar a su bebé. Ella lo colocó en una canasta tejida que flotaba. Ella escondió cuidadosamente la canasta entre las cañas del río Nilo y le pidió a Miriam, la hermana mayor de Moisés, que la vigilara a escondidas.
Míriam se horrorizó cuando la hija del faraón, que había venido a bañarse en el río, vislumbró la canasta. La princesa envió a su esclavo a recoger la canasta en la que encontró a un bebé hebreo. Movida en compasión, ella decidió salvar al niño.
Actuando con rapidez, Míriam se acercó y le preguntó a la princesa si le gustaría que una mujer hebrea cuidara al bebé. Acordaron en el plan y, rápidamente, Míriam trajo a su madre para conocer a la hija del faraón. Llegaron a un acuerdo que permitió a Jocabed amamantar a Moisés, ¡y hasta recibir un pago por ello!
Y así fue que su propia madre, una israelita, amamantó a Moisés. Cuando creció, su madre lo trajo a la hija de Faraón, y Moisés se convirtió en su hijo adoptivo. Fue en este momento que la hija del faraón le dio al niño su nombre: Moisés, que significa: "de las aguas lo saqué.”
Debido a este cambio dramático, el hijo de un esclavo israelita fue criado como un príncipe de Egipto. A pesar de su estatus elevado y su estilo de vida lujoso, Moisés demostraría que recordaba sus raíces y aún simpatizaba con sus compañeros israelitas esclavos.
Habían pasado varios años y Moisés era ahora un hombre adulto. Un día, vio a un egipcio golpeando sin piedad a un esclavo hebreo. Enfurecido por este acto de injusticia y crueldad, Moisés tomó el asunto en sus propias manos. Cuando pensó que nadie lo estaba mirando, mató al egipcio y enterró el cuerpo en la arena para ocultar la evidencia.
Al día siguiente, Moisés estaba caminando por ahí cuando vio a dos esclavos hebreos peleando entre sí. Cuando trató interrumpir la pelea, uno de ellos lo miró y le preguntó si planeaba matarlo como había matado al egipcio. Inmediatamente, Moisés supo que sus acciones precipitadas del día anterior habían sido descubiertas, y temió por su vida.
No mucho tiempo después, el faraón comenzó a buscar una oportunidad para vengarse de Moisés por el asesinato del egipcio. Moisés huyó al desierto y vivió como un fugitivo de la justicia.
La vida en el desierto era completamente diferente a la vida lujosa que Moisés había disfrutado como un miembro de la familia real egipcia. Finalmente llegó a la tierra de Madián, donde descansó junto a un pozo.
Después de un tiempo, siete hijas de un príncipe y sacerdote de Madián llegaron al pozo para sacar agua para los rebaños de su padre. Todo andaba bien hasta que aparecieron algunos pastores de la zona y echaron a las mujeres.
Moisés las defendió, echó a los pastores y luego sacó agua para que bebieran los rebaños de las mujeres. Cuando las noticias de su actitud heroica llegaron a oídos su padre, éste invitó a Moisés a comer con ellos. Con el tiempo, le dio a una de sus hijas, Séfora, en matrimonio.
Moisés cambió su vida por completo, viviendo como pastor y formando una familia con Séfora, y así vivió satisfecho durante muchos años. Un día, mientras cuidaba a sus ovejas, notó un misterioso arbusto que ardía. Dios habló a través de la zarza y le ordenó a Moisés que renunciara a su vida tranquila en el desierto, que regresara a Egipto a liberar a los israelitas de la esclavitud.
Moisés se sentía muy reacio a asumir esta nueva responsabilidad. Tenía miedo y también estaba preocupado por su habilidad para hablar con el faraón. Dios le dijo a Moisés que podía llevar a su hermano Aarón para que él hablase. Así que Moisés regresó a Egipto con su esposa e hijos.
Aarón se sumó a ellos por el camino y ambos se reunieron con los líderes israelitas en Egipto, ganando su apoyo. Pero los hermanos no tuvieron tanta suerte cuando se presentaron ante Faraón, diciendo que Dios quería que los israelitas fueran liberados. Faraón se negó rotundamente, diciendo que no conocía ni obedecería a su Dios, ni dejaría ir a su pueblo.
Como represalias por esta audaz petición, el faraón instruyó a sus capataces que dejaran de proveer a los israelitas paja para hacer los ladrillos. Ellos se vieron obligados a recoger la paja por sí mismos, pero debían producir la misma cantidad de ladrillos que antes. Incapaces de mantenerse al día con esta exigencia, los israelitas se volvieron contra Moisés y Aarón, culpándolos por la carga adicional.
Moisés y Aarón no se dieron por vencidos. Se presentaron de nuevo ante faraón, esta vez con una señal milagrosa: Moisés arrojó su vara al suelo y ésta se convirtió en una serpiente. Los magos del faraón lograron replicar la misma hazaña; sin embargo, la serpiente de Moisés se tragó a las demás serpientes. A pesar de esto, el faraón todavía se negaba a cambiar de opinión.
Se produjo una sucesión de plagas devastadoras mientras que Moisés imploraba al faraón que dejara a su pueblo salir de Egipto. El río Nilo se convirtió en sangre; montones de ranas, mosquitos y moscas descendieron sobre la tierra; el ganado de los egipcios murió; los egipcios fueron infligidos con llagas y abatidos por el granizo; una manga de langostas diezmó los cultivos y la tierra quedó envuelta en la oscuridad. El faraón se negó obstinadamente a permitir que los israelitas se fueran hasta la última plaga, la muerte de los primogénitos de todas las familias que no habían pintado el dintel de la puerta con la sangre de un cordero sacrificado.
Después de que su propio primogénito muriera, el faraón finalmente cedió. El instó a Moisés y a su pueblo a que se fueran, y los egipcios le dieron a los israelitas muchísimos regalos cuando partían.
Poco después de que los israelitas salieran de Egipto, el faraón se arrepintió. Él reunió a sus soldados para capturar a los israelitas mientras que ellos acampaban junto al Mar Rojo. Moisés levantó su vara sobre el mar y Dios separó las aguas, permitiendo que los israelitas cruzaran. Cuando el ejercito egipcio los persiguió, fueron destruidos cuando las paredes de agua se desmoronaron sobre ellos, ahogando a los soldados egipcios en masa. Los israelitas habían sido realmente liberados.
Como líder, Moisés se enfrentó a muchas pruebas en el desierto. Los israelitas podrían ser ingobernables y desagradecidos. Ellos se quejaban mucho pese a que Dios demostró una y otra vez que proveería a sus necesidades.
Los israelitas necesitaban instrucciones claras y efectivas. Después de una victoria militar sobre los amalecitas, ellos acamparon en la base del Monte Sinaí, donde Dios le dio a Moisés los Diez Mandamientos, escritos con su propio dedo sobre dos tablas de piedra.
Mientras Moisés estaba lejos, en cima de la montaña, los israelitas hicieron una estatua de un becerro de oro para adorarla. Cuando regresó al campamento y vio la conducta idólatra de los israelitas, Moisés enfureció y arrojó las tablas de piedra con los Diez Mandamientos al suelo.
Moisés subió la montaña una vez más para suplicarle a Dios que perdonara a los israelitas. Siguiendo las instrucciones de Dios, Moisés talló dos tablas para reemplazar las rotas. Moisés permaneció en la montaña ayunando, orando y conversando con Dios durante cuarenta días. Cuando Moisés finalmente regresó por la ladera de la montaña, la gente se aterró porque su rostro resplandecía con la luz de la gloria de Dios.
Moisés fue un gran líder que murió mientras guiaba al pueblo a la tierra prometida, Canaán. Aún hoy, los judíos le dan a este héroe bíblico el título de Legislador de Israel.
Moisés fue llamado a sacar al pueblo de Egipto siglos después de que José le diera la bienvenida a su familia para morar allí. Ambos hombres siguieron el llamado de Dios de ayudar a su pueblo.
Moisés y Ester hicieron peticiones ante miembros de la familia real muy demandantes. Su paciencia y persistencia valió la pena resultando en la liberación del pueblo de Dios.
Al igual que Daniel, Moisés trabajó para Dios con audacia en la corte de un rey poderoso. Dios bendijo el coraje de ambos hombres.
Héroes de la Biblia: 12 preguntas sobre Moisés
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